Más de alguna vez nos hemos preguntado: ¿es compatible la economía y el cuidado del medio ambiente? Las múltiples citas o cumbres globales, que buscan salidas al embrollo del cambio climático, no han dado con el ajuste exacto que permita avanzar en crecimiento, pero además detener el reloj climático. Una mezcla de desarrollo y voluntad político-ambiental.
“Dicha tarea, de enfrentar la emergencia ambiental asociada al cambio climático, tiene una dimensión económica clave: la capacidad para invertir los recursos necesarios en los cambios tecnológicos que requiere un sistema productivo sustentable”, explica el economista Pablo Peña, docente adjunto de la carrera de Ingeniería Comercial de la Universidad de O’Higgins (UOH).
Agrega que el impacto económico de los desastres representa el costo que las sociedades seguirán pagando mientras se mantengan los eventos climáticos extremos. “El desafío político-económico es plantear una estrategia viable que haga posible estas transformaciones y –ciertamente- este es un escenario posible, pero requiere inteligencia (análisis técnicos económicos y ambientales) y voluntad política-social para implementarse, lo que implica distintos costos sociales y económicos: tarifas de servicios más altos, productos de consumo elevados en precio, mayores regulaciones y restricciones en el corto y mediano plazo, junto con la necesidad de realizar cambios de hábitos en toda la sociedad”.
Economía circular y bonos verdes
El Profesor Peña indica que apostar por la economía circular y la emisión de bonos verdes es una de las actuales apuestas para promover las tecnologías que absorben emisiones de carbono y financian proyectos de descontaminación. “Esta estrategia es positiva, pero tiene un problema de precios, ya que aún no es competitiva en costo con las energías fósiles. Además, requiere una cobertura global, pues la solución debe incorporar a emisores de todo el mundo y no sólo algunos países desarrollados. De hecho, desde una perspectiva global uno de los principales problemas/desafíos está en las emisiones de grandes países que se encuentran en desarrollo y que aún tienen matrices energéticas mayoritariamente fósiles (China, India, Brasil, Indonesia y Sudáfrica, por ejemplo) además de países con economías industriales fuertes (EEUU, Rusia o México)”.
Frente a este avance lento y dubitativo, hay quienes plantean que el problema está en el modelo, y sin cambios de esa índole, difícilmente se pueda doblegar al reloj climático. “Lamentablemente es el escenario más probable. Se debe principalmente a que no se ha logrado un consenso entre los grandes países para comprometer una transformación energética rápida, y si bien se realizaron avances con la convención de París en 2015, existen grandes incentivos a no cooperar en la actualidad, debido al escenario geopolítico, geoestratégico y tecnológico”, aclara el economista.
A esto se suma un problema de escasez de materias primas para realizar un cambio de estas dimensiones, “pues las tecnologías renovables requieren gran cantidad de materiales que deben extraerse, transportarse y procesarse, como el cobre, cobalto, litio, aluminio, entre muchos otros”, explica Peña. Por ese motivo –añade el economista- los países en paralelo a las medidas de transición energética, están adoptando medidas de adaptación al cambio climático para un escenario de mediano plazo (30-50 años). “La verdad ambas estrategias deben ser complementarias para enfrentar el desafío en los plazos de nuestra generación”, destaca.
Pero ¿qué tan preparado está el mundo? Para el economista UOH, aún falta mucho por hacer, en todos los niveles. “En la ciudadanía en general, en comprender los desafíos y ajustes cotidianos a realizar; en el sector empresarial, para reorientar los esfuerzos hacia el cambio tecnológico sustentable y la creación de nuevas empresas y modelos de negocios en esta línea; y sobre todo en los gobiernos, en su capacidad para consensuar los cambios necesarios en la economía global y desarrollar los mecanismos de regulación e incentivos adecuados”, finaliza el experto.